Es uno de esos días particularmente repleto de un ambiente pesado, donde
el Sol amenaza con exterminarnos y las horas avanzan lentamente.
Día tedioso, sin tiempo ni deseos de
hablar.
Nuestra oficina,
su cárcel, a duras pena aparenta serlo.
“Compacta” por no aceptar su aspecto
miserable. Lúgubre, fría cual morgue y con colores que deprimirían hasta a los
“maestros de la Felicidad”. Es un
espacio de “dos por dos”, en el cual aún desconozco como ambas podemos coexistir sin
agredirnos.Lo comparto con mi compañera de trabajo, confidente y algo más. Soy su Jefa además de su carcelera. Yo, hembra “Alpha”. Ella, dócil cual brisa de verano. Ambas, con caracteres, realidades, edades, prioridades y sobre todo adicciones diferentes.
Yo, analizando
reportes financieros y pensando en ella. Lo
único rescatable de mi trabajo es su presencia y “nuestra hora” de almuerzo. Siempre vamos juntas. Tenemos dos largas
horas para comer y perdernos en caricias que repasan solo mi cuerpo.
Las 12:00 menos diez. Presurosa
dejo mis reportes en pausa.
-
L Llegó la hora mi amor - Al fin. Lo único que vale la pena en nuestro
día - le insinúe con algo de picardia y ansiedad.
Silencio.
Sin
risas ni complicidad.
Sin siquiera voltear a encontrarse con mi mirada sedienta
por ella.
Le toco el
hombro derecho para sacarla de su ensimismamiento.
Caos.
Se deshace ante mi. Su cuerpo sucumbe hundiéndose entre mis dedos
en una especie de piel arenosa que cae lentamente, sin poder dar crédito de lo
que observo, sin poder evitarlo, sin detenerlo.
Desvarió.
Observo la pequeña ventana que separa nuestro microcosmos del resto del
edificio y solo observo negritud.
A mis
pies, mi amante convertida en arena. Yace ella. Ahora caliente, pesada, húmeda y con olor a marisquería
rancia que me obliga a tragar mis propias arcadas.
En mi desespero
huyo de este escenario dantesco en busca de ayuda y el silencio me abraza.
La
negritud me impide avanzar. Desconozco lugares.
Carezco de sensaciones. Solo
caigo en picada libre sin saber hacia dónde. Sin conocer el final…
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