viernes, 22 de mayo de 2015

Recién caí en cuenta....

   
 Conforme fuí creciendo y mis amigos imaginarios paulatinamente se alejaron de mí sin razon aparente, nuevas rarezas surgieron en mi mente.

Ideas, creencias, sueños, inventos, los cuales defendía como "mi verdad".

Verdades que desconozco de donde las saqué pero que creí a capa y espada  y que defendi como solo yo lo puedo hacer, con vehemencia y pasión absolutas...

    Era fiel creyente en mi primera niñez y temprana juventud, de que todo se podía comprar.
Absolutamente Todo!

Desde un par de manzanas hasta las personas.
En especial, las personas.

Sentia que si al crecer compraba a un hombre, no solo con dinero, sino con el ofrecimiento total de mi cuerpo, caricias, mi tiempo, mis  atenciones, brindando detalles, siendo leal de modo extremo, condescendiente y casi arrastrada, besando el piso por el cual caminase... en fín, dispuesta totalmente a sus pies, ésto me garantizaria conseguir un compañero totalmente dispuesto a hacerme feliz, no contradecirme y actuando como  mi mascota fiel....

Que tendría con un chasquido de mis dedos la fidelidad, el buen humor, sexo constante, compañía permanente y sobre todo lealtad ciega, a toda prueba.

El efecto de comprar un hombre no significaba necesariamente obtener a un ser inteligente, estable, maduro y mucho menos al clásico hombre proveedor o cuidador de mi vida.  Quería más bien,  ir a una repisa... La repisa de la vida y decir, sin más ni más,  "Este me lo llevo! Cuanto cuesta?"

Y pensaba que al crecer, era lógico que me comprase un carro, una mascota, una casa y un hombre. Todo tal cual, en ese respectivo orden y en cierta manera lo logré, aunque mi plan nunca se pareció a mis sueños ni remotamente... Fracasó... incluso antes de iniciarlo.

También creía que los hijos o hijas llegaban  por un acto de
cuasimagía, de un hombre perfecto, casí zombie: mudo, sin aspiraciones salvo estar a mi lado, sin opiniones ni criterio alguno, con excelente sentido del humor quién solo se dedicaría a hacerme inmensamente feliz provocando en mí sonrisas, paz  y satisfaccion.

Pensaba, ilusamente, que al crecer, prescindiría de mis dedos índice y medio derecho, pues con "el hombre que comprase"  los orgasmos "a la carta", solicitados u ofrecidos de manera espontánea, estarían plenamente garantizados.  

Tarde me dí cuenta, luego de muchos tropiezos, caidas, porrazos, que esta invención de "comprar personas" era en realidad una formula perfecta para el fracaso.

Era, y de hecho fue un camino directo al sufrimiento garantizado.

Que el querer comprar a las personas, sobre todo a mis parejas, era una invención basada en una pobre autoestima, en pensar que no merecía nada bueno, que no era capaz de generar en nadie  un auténtico sentimiento de amor, deseo o cariño o por lo menos atracción.

Invención, valga la redundancia, inventada por mí para hacer más llevadera mi realidad interior, que me avasallaba, cuestionaba y humillaba de manera incesante desde entonces.


También pensaba que tener un compañero era la ruta segura para engendrar mis propios hijos. Hijos que solo serían "mios" ya que los pariría con todo el dolor y la parafernalía bíblica que me daba de manera casí inmediata, desde la concepción,  el Poder y autoridad para declararlos de mi absoluta posesión.

Recién caí en cuenta, con casi medio siglo a cuestas, que el amor no se compra, no se obliga ni surge de la presión, la persecución o inspirando lástima.
Que inclusive, la lealtad y fidelidad permanente no te garantiza obtener de vuelta lo mismo.

Que el amor que ofreces no obliga a nadie a quererte. No tiene porque ser recíproco y mucho menos de igual intensidad o cantidad.
Aprendí  más bien que el Amor te libera de ataduras, miedos y problemas no resueltos para lograr finalmente ser, actuar y crecer conforme el camino por el cual tus propios sueños te quieran llevar, acompañada o sola.

Recién caí en cuenta que el compromiso y el cambalache no es real. Son solo una fantasía inventada por la sociedad.

Que solo te perteneces y sobre ti misma puedes gobernar.
Que nadie, ni los hijos ni tu compañero de vida te pertenecen. No son tu posesión ni siquiera estan obligados a permanecer a tu lado. Pueden amarte y a pesar de ello, no entenderte... Pueden amarte y a pesar de ello, no aceptarte...
Cada quien, lo quieras o no, hace su propio camino  y solo eres responsable del tuyo propio al andar. Solamente tú, dibujas tus sendas, marcas tu ruta y defines tu destino.

También recién caí en cuenta que hay relaciones condenadas al fracaso. Relaciones de todo tipo, familiares, amistosas,  amorosas o de negocios, con un inicio incierto y un final aún peor.

     Que hay que aceptar que es más que probable que quien no te quiso, nunca te querrá.
Que quién no te acepta, jamás lo hará y que hay relaciones que no vale la pena, la angustia ni el intento tratar de enmendar.

Que sin rencores ni llantos ni lamentos, sin ganas de vengarte,  hay historias, personas  y lugares que es mejor ignorar, que lo ideal es pasar la página o si se puede, arrancarla del libro de nuestra vida y olvidar que alguna vez existieron.


.... y en cuanto a mis ideas.... En cuanto a fábulas y mitos, creía en la existencia de los duendes. Aquellos seres feéricos, jovencitos, infantiles, hermosos, engatuzadores, de clara piel, cabellos hermosos, mirada picara, carita traviesa y malevolamente seductores, que aparecían en parajes solitarios y encantaban a los niños o niñas sin bautizar llevandóselos lejos de sus familiares, a quienes más nunca lograban volver a ver.

Lo cierto es, que inicialmente pensé que solo habitaban en los bosques lejanos, frondosos del interior de mi país, tales como la montaña imponentemente tenebrosa que se veía a lo lejos desde la casa de mis abuelos en Chiriquí...
Pero prontamente comprendí que estos seres hermosos, carismáticos y aberrantes habitan mundos propios no muy lejanos del nuestro. Que existen en las ciudades, discotecas, universidades e iglesias. Que se agazapan en cualquier esquina fingiendo atenciones para hacerte perder el camino y alejarte en forma definitiva de tu familia, que son de carne y hueso, que besan, acarician, enamoran, prometen y penetran.

Que mienten, engañan y lastiman.   Que se llevan a algunas mujeres con almas de niñas ingenuas. Que pierden a aquellas que malamente creen en el Amor!!! Que los he visto Yo! Lo he conocido!
Y he caido en más de una ocasión en sus embrujos seductores para mi bien inmediato y mi mal a largo plazo.
Que no fue fantasia, que no fue invento... que madure a destiempo, adelantada a mi época, para mi bien, y repito, para mi mal.

Por tanto, esa creencia infantil de la existencia de los duendes aún la mantengo, pero no como seres diminutos de las quebradas y
riachuelos.

No escondidos en cuevas llenas de oro ni con voz de canto angelical.

Y así fuí yo... Inocente, crédula, ingenua.... Soñadora, enamorada y pícara.... Soñando de niña, de adolescente, de mujer joven, jugando a crecer, creyendo en cuentos, fabulas, ideaciones, fantasias e inventos.

Soñando con crecer rápido, en hacerme prontamente mujer  y hacer realidad todas mis metas, absurdas o no.
Creyéndome incapaz de tener fé en mi misma, pero al mismo tiempo y de modo totalmente contradictorio, soñando con conquistar el mundo.

Endeble, nerviosa, frágil e insegura, enfrentándome, como todos, a un mundo lleno de posibilidades, al cual tenia miedo y de más está decir, curiosidad...

Hoy con casí medio siglo a cuestas, añoro esos tiempos. En que la inocencia y la fantasia eran mi norte. En que me creía capaz de cambiar situaciones, personas e historias solo con mi propio poder mental.
Que ilusa era entonces, pero también que llena de vida, de esperanzas y alegria... Tanto, que de vez en cuando pienso en regresar! y claro que regreso.... usando mi poder mental.



viernes, 15 de mayo de 2015

Cuando llevaba el cabello rojo...

Con el cabello rojo a cuestas andaba...cual prostituta barata!

Cabello rojo que bordeaba mi cuello, rozando mis hombros y excitantemente acariciando mi espalda...

Cabello rojo que insistía en enmarcar el delicioso cuerpo de mujer que la Naturaleza me regaló... que niego tener, que grito odiar, pero que está allí para ser visto, apreciado, usado...

Cabello rojo que llevaba, repito "rojo"  solo porque asi él lo deseaba.

Lo llevaba rojo  fingiendo vivir la vida, sonreída, confiada y segura.

Cabello rojo de taquilla triple X, bello, vibrantemente rojo en mí, pero en cierto modo y en honor a la verdad, con el cual fui tan infelizmente feliz...

Me sentí tan vacía, sola y agobiada a pesar de su compañía. Mala, sí... pero compañía en fin...

Estuve pérdida, errante, equivocada buscando estabilidad en el lugar y con la compañía equivocada... y nunca me sentí tan susceptible, temerosa e insegura.

Dentro de un bosque oscuro, tétrico y denso buscaba el tronco, enredada en las ramas.

Desconociendo que en dicho bosque no había árboles, no crecía la hierba lozana ni flores vibrantes, sanas y olorosas. Solo pululaban espanta pájaros y criaturas del mal vivir fingiendo ser lo que no eran, fingiendo sentir  lo que no sentían.


Cuando malamente decidí. llevar el cabello rojo,
todo en mi vida se volvió caos, lamento y entuertos.

La montaña rusa dentro de mí no se detenía, dejándome agobiada, exhausta, derrotada. Sintiéndome en ruinas y viéndome muchísimo peor.

La cuesta era doblemente empinada, cargando a cuestas mi propio peso, de por sí difícil y el de aquel ser inferior, taciturno, oscuro  que encontré en el camino y que obnubiló mis sentidos. Complicó mi camino y ennegreció mi ser.

Es que cuando me atreví a llevar el cabello rojo, mi psiquis cambió.


Mi mundo se volvió color sangre, con pasiones desenfrenadas provocando en mí un olor nauseabundo a podredumbre, muerte y abandono.

Vibraba y moría al mismo tiempo. Vivía por él, muriendo a su lado.

Así fue sin agregar más. Que cuando llevaba mi cabello rojo, se ennegreció mi alma.
Mis acordes se volvieron tenues, vacíos, distantes.

Perdí el rumbo. Fingí fortaleza, seguridad y plenitud, cuando en realidad todo en mí no era más que un saco sin fondo cortado a la mitad, que me empeñaba en llenar en vano.


Es que cuando me atreví a llevar el cabello rojo, solté las riendas de mi vida, entregué mis llaves a un victimario que no dudo un solo segundo en aniquilar mi ser.

Me ahogué. Me perdí. Morí...

Cuando llevé el cabello rojo... Eran otros tiempos. Otros espacios....

Eran inviernos teñidos de veranos, con soles de fantasia y oleadas de calor que entumecían hasta al más vivaz de los mortales...

Cuando llevaba el cabello rojo, caí en cuenta que aquel no era mi color.

No había nacido para llevarlo a cuestas. No me iba bien, no calaba en mí..
Sencillamente no me asentaba...

Lo dejé atrás   y recordé que siempre hay cabida para un cambio, para retomar el camino y desandar mis pasos....




No quiere decir que cambié de vida, pero por lo menos ya no soy aquella pelirroja barata... confundida, errática....  

Soy quizás, peor.